En un futurible así, el pollo se desestimaría en el cálculo del IPC, y la boñiga pasaría a ocupar un lugar destacado en nuestra cesta de la compra. Ahora nadie se atrevería a cagarla exclamando ¡tú vales lo que una mierda!, si no que cultivaría su amor al próximo con nuevas oraciones, más afectas a la moda. La afección se extendería a buena parte del acervo popular, inluído su refranero. Así, en poco tiempo, podríamos escuchar: quien tiene un amigo una caca tiene un tesoro. Pero aquí no acabaría la cosa.
De no cesar la cotización del detrito al alza y sin que la demanda disminuyese, su precio superaría al de la trufa, y si me apuran, al de algún artículo de lujo, como pueda ser, por ejemplo, la leche maternizada. Y quién sabe si se abrirían nuevos caminos para científicos y artistas. Los primeros coparían los titulares de revistas especializadas con eventuales teorías sobre la relatividad de la ñorda. Los segundos llenarían galerías, fundaciones y chimeneas con sus artes plásticas; siempre apoyados por la crítica, que se apresuraría a cantar alabanzas sobre la NewShit.
Hasta aquí, la plasta podría ser más o menos soportable. El ser humano es fuerte y flexible, y si ha sido capaz de sobrevivir al repertorio de Manolo Escobar, superaría sin dificultad nuevos pefumes y delikatesen, pinturas y canciones... Pero ¿Y si la demanda de estiércol fuese tanta que lo convirtiese en un bien escaso? Si ya ocurrió con los cereales, -que en poco tiempo pasaron de engañar los estómagos más pobres a alimentar los depósitos de los más ricos-, quién mierdas me asegura que esto no ocurrirá con la caca... Y no vale que alguien argumente que los chinos harían buenas imitaciones; porque ellos serán capaces de imitar un rólex, pero cuando se trata de imitar algo decente, los chinos no saben imitar una mierda.
Así pues, las consecuencias a largo plazo serían fatales, repito. Pero para no aburrirles más con tejemanejes retóricos, concluiré miapestoso brillante ensayo ofreciendo un ejemplo individual y concatenado en el próximo capítulo.
Así pues, las consecuencias a largo plazo serían fatales, repito. Pero para no aburrirles más con tejemanejes retóricos, concluiré mi